Era 1988 y nuestras matadoras enfrentaban a las Soviéticas en Seúl, se lanzaba el primer “paquetazo” de García, la banda Indochina llenaba el Amauta, la U y Alianza jugaban el “clásico de la vergüenza”, la hiperinflación alcanzaba el 666% y la conferencia de la CADE llevaba como nombre “2021, construyamos su futuro”. Han pasado 28 años, una medalla de plata en tiro, un fujishock, los conciertos de los Stones, McCartney, Waters y más, 7 mundiales sin Perú, y hoy, la conferencia de la CADE se llama: “Desafío 2021: La oportunidad es ahora”.
¿Qué es lo que buscamos? ¿Decir que aún tenemos 5 años para preparar el bicentenario? ¿Poner sobre los hombros de un gobierno el hito de la introspección patria? ¿O las políticas quinquenales que salvarían las evaluaciones seculares? Pasamos de la CADE de la “construcción del futuro”—de buscar un norte de largo plazo para una fecha distante de 33 años—, a la CADE del “ahora o nunca”. Esto no nos sorprende ya que estamos acostumbrados a vivir en el caos —urbano y administrativo—, a las tardanzas —de amigos y detractores— a la miope visión cortoplacista —de funcionarios y dirigentes— a las malas organizaciones —de actos públicos y campeonatos—. El miedo a la planificación comunista del siglo pasado ha hecho que no comprendamos que la planificación estratégica, no es escoger ganadores ni limitar libertades, es ordenar nuestro espacio y optimizar nuestro futuro.
Desde el Autogolpe de Fujimori, hemos sido testigos, del fin del Instituto Nacional de Planificación (INP), de la creación de Perú 2021 (ambos en 1992), del lanzamiento del Acuerdo Nacional (2002), de la creación del Centro Nacional de Planeamiento Estratégico (CEPLAN) (2005) y de una infinidad de “Planes al 2021” por parte de todos los niveles de gobierno (del nacional al distrital) y de la sociedad civil (de la CONFIEP a las ONG) sobre todos los temas imaginables…y seguimos sin rumbo. La respuesta debería pasar por las dos organizaciones creadas para darnos estrategias, aspiración e inspiración: el CEPLAN y el Acuerdo Nacional.
El sistema administrativo de planificación, CEPLAN, asume rectorías vitales para el orden temporal y geográfico, no tiene dientes políticos, capacidad sancionadora ni atribución de presupuesto (exclusivo del MEF). El Plan Bicentenario que elaboró se empolva en bibliotecas y sus direcciones viven asfixiadas bajo la carga laboral. Por ejemplo, la Dirección de Seguimiento y Evaluación cuenta con sólo 10 profesionales para articular los planes de desarrollo de más de 2,000 divisiones administrativas. Divisiones asimétricas, con distritos de 1 millón de habitantes y otros de 7,000 (en la misma ciudad) y divisiones que cicatrizan valles y cuencas, como el VRAEM. El CEPLAN es un equipo con jugadores camiseta, al que nadie va a ver.
El Acuerdo Nacional (AN), y sus 31 Políticas de Estado — 2002 al 2021, es la proyección del sueño idílico en el que los partidos nacionales, sociedad civil y otros actores establecen metas consensuadas de largo plazo para un desarrollo sostenible. El AN ha logrado poner a todos los actores de acuerdo sobre puntos esenciales pero los contenidos son muy generales, las metas incuestionables en muchos casos, los caminos borrosos y la falta de institucionalidad, así como de equipos técnicos en los partidos, hacen que sea difícilmente aplicable. El AN es el sueño de un club de cracks que nunca existió.
Para tener éxito, ganar campeonatos y no sólo un partido con autogol de nuca, es necesario tener estrategias, es decir acciones para llegar de un punto inicial a un punto deseado. Todos los grandes clubes, empresas exitosas y organismos internacionales lo aplican. Por ejemplo, los 8 Objetivos de Desarrollo del Milenio de la ONU tuvieron resultados desiguales por lo ahora han lanzado los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible al 2030, con indicadores más claros y metas intermediarias. Al igual que la ONU, nosotros también deberíamos tener objetivos medibles en 5, 10 y 15 años. No pensar como PPK —partido y persona—, congreso fujimorista o empresariado, sino, en objetivos como país. Para eso necesitamos 2 cosas: que el CEPLAN cuente con un real apoyo —político, técnico y financiero— y que exista un Acuerdo Nacional con partidos políticos con visión de país, capacidades técnicas, democracia interna e institucionalidad.
Nos empecinamos en creer que una revolución de 5 años nos llevará a ser un país desarrollado[1] cuando lo que necesitamos son reformas con metas claras en varias décadas. Los cambios radicales en periodos cortos son extraordinarios y necesitan el apoyo de todos los grupos de poder[2]. ¿Cuándo veremos que esos intentos fallidos de revolucionarios quijotescos refuerzan el statu quo? ¿Cuándo tendremos la humildad de asumir nuestro rol histórico y de definir un norte país, juntos? Quizás la salida más pragmática —como durante nuestra independencia— será dejar que extranjeros, como la OCDE, definan nuestro futuro. A nuestras selecciones y empresas les deseamos que jueguen en el patio de los grandes, estrategias de largo plazo, trabajo continuo con jóvenes, ciclos con objetivos claros y un estilo propio que nos identifique, pero como nación somos incapaces de ver más allá de la pichanga del domingo. Como no podemos volver al futuro, empecemos a tomar en serio el planeamiento estratégico: la oportunidad es ahora.
[1] Cadenas de producción diversificadas y de fuerte valor agregado, instituciones fuertes, seguridad, justicia, un estado coordinado, servicios públicos de calidad, bajas tasas de corrupción, competitividad laboral y empresarial,…
[2] Económico, mediático, ejecutivo, legislativo, ciudadano, justicia…