(*)Por Gonzalo Rodríguez Marín
El pasado mes de agosto, el flamante nuevo presidente de Colombia, Gustavo Petro, tomaba posesión de su cargo, y ante la atenta mirada de su pueblo y del mundo, exponía su nuevo proyecto político para Colombia en un emocionado discurso.
En esta declaración de intenciones llamaba la atención una específica referencia a “buscar una alianza con el mundo árabe”, para de este modo “juntar nuestra Buenaventura y nuestro Tumaco con el este asiático rico y productivo”.
No es ningún secreto que Colombia y el resto de Latinoamérica se enfrentan a una gran diversidad de retos e incertidumbres. La crisis derivada de la pandemia se une a otros retos a los que se enfrenta la región, como la inflación, la desigualdad o la soberanía alimentaria y energética.
El comercio internacional aparece como un salvavidas al que agarrarse ante el lógico interés de cualquier gobernante de mejorar la vida de sus ciudadanos. Y es que el presidente Petro sabía muy bien a lo que se refería cuando hacía esta referencia al mundo árabe.
Pese a que el mundo árabe es una realidad diversa y compleja compuesta por al menos 22 países y alrededor del 5% de la población mundial, en éste se encuentran algunos actores internacionales fundamentales para la geopolítica mundial y el comercio internacional. Muy en concreto debemos fijarnos en los países árabes que conforman la organización regional denominada Consejo de Cooperación del Golfo (CCG).
Y es que el Consejo de Cooperación del Golfo es un caso de éxito económico e integración comercial digno de análisis y sobre el que Latinoamérica debiera aprender algunas lecciones.
El proceso de integración económica iniciado hace cuarenta años por las jóvenes naciones árabes que conforman el CCG (Arabia Saudita, Bahréin, Emiratos Árabes Unidos, Kuwait, Omán y Catar) sigue siendo el único experimento fructífero hasta la fecha en el mundo árabe. Desde su creación, enfocada a la cooperación militar y de seguridad, el CCG ha ampliado su área de actuación incluyendo también el ámbito económico, hasta constituir un bloque económico cuyo Producto Interior Bruto (PIB) ronda, en la actualidad, los 1,6 billones de dólares.
Desde sus inicios en mayo de 1981, los países del CCG han venido adoptando medidas encaminadas a lograr una mayor cooperación económica, cultural y política entre sí. De este modo, el Reino de Bahréin, Kuwait, el Sultanato de Omán, Catar, el Reino de Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos han confeccionado un proyecto comprometido con el crecimiento económico y la estabilidad en la región, adquiriendo un protagonismo que sobrepasa sus fronteras regionales y convirtiéndose en un bloque con voz propia.
¿Pero porqué esta región es estratégica para Latinoamérica? En mi opinión por dos razones fundamentales. En primer lugar, como ejemplo de unión económica de países que comparten una misma lengua, cultura y similares realidades socioeconómicas. Países que no están exentos de conflictos de vecindad, diferencias políticas y rivalidades varias. ¿Les suena verdad?
En segundo lugar, porque es una de las regiones donde se espera un mayor crecimiento económico en los próximos años y en donde existe un extraordinario margen de mejora en las relaciones económicas entre ambos bloques.
El crecimiento sostenido de las economías del CCG se debe, evidentemente en gran medida, a su papel como productores mundiales de petróleo y gas. No obstante, la dependencia directa de los hidrocarburos se ha reducido desde la década de los noventa. Esta tendencia, que continúa hasta nuestros días, se ha visto reforzada por las transformaciones económicas de los últimos años, la cuestión medioambiental, la fluctuación de los precios del petróleo y el gas y las dinámicas internacionales. Todo ello ha propiciado que los países del CCG hayan introducido reformas orientadas a la diversificación de sus economías y a la reducción de la dependencia de los hidrocarburos.
Asimismo, el GCC es una región abierta al mundo, con gran capacidad inversora y con multitud de sectores abiertos a la inversión. El CCG se erige como uno de los bloques económicos más importante del mundo en términos de intercambio de bienes y servicios. La solidez de sus economías ha favorecido el desarrollo de una extensa red de acuerdos de comercio e inversión con los principales mercados mundiales y donde Latinoamérica debería estar más presente.
Pero si hay dos países o mercados específicos donde creo que debieran fijarse los gobiernos y las empresas latinoamericanas, por su fortaleza económica y su dinamismo, son, en primer lugar, Arabia Saudita, y, en segundo término, Emiratos Árabes Unidos, ejemplo de dinamismo y diversificación desde hace décadas. Ambos son los mercados más interesantes de la región.
Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos se sitúan como las dos economías más grandes en términos de PIB y población, representando en conjunto el 73% del producto interior bruto del CCG y el 76% de la población. Este liderazgo económico se deriva, en gran medida, de una superior producción de petróleo y gas y de una mayor diversificación económica frente al resto de sus socios. Arabia Saudita, además, de acuerdo con los datos macroeconómicos disponibles y ante una coyuntura geopolítica favorable para sus intereses, cuenta con unas previsiones de crecimiento en torno al 7,5% para este año.
Por último, en cuanto a los sectores donde existe un mayor potencial para Latinoamérica cabría destacar el agroalimentario, dada la dependencia exterior de estos países donde importan en torno al 80% de los alimentos que necesitan, sin olvidar otros sectores en pleno desarrollo en la región como el turístico, el textil, el deporte, la educación, la sanidad, las infraestructuras o la defensa.
(*)Profesor de economía y finanzas islámicas del IE Business School.