Nuestra herencia en la cuerda floja

En el 2007 el mundo dejó de ser rural. Por primera vez en la historia, una minoría de personas producía el alimento para todo el planeta[1].  En nuestro país este cambio se dio en los 60´s, pero fue durante el terrorismo de los 80´s que tuvo lugar el éxodo rural masivo. Hoy contamos con sólo 21% de población rural —porcentaje menor al de Alemania, Italia o Suiza—y llegará a ser de 15% en los próximos 20 años1. A la par de esta concentración urbana, observamos que a nivel mundial hay una homogenización de la producción alimenticia. Los peruanos, por ejemplo, utilizamos un tercio de nuestro suelo agrícola en 3 productos: arroz, café y maíz[2]. Esta estandarización puede generar deterioro de los hábitats, plagas y empobrecimiento crónico de la tierra. Si seguimos despreciando la diversidad que hemos heredado, los minifundios en microclimas, perderemos la cactácea costeña, la arracacha andina o la bahuaja selvática que utiliza Virgilio en Central, el mercado exótico de Mixtura y, sobre todo, el aprovisionamiento de los mercados locales que alimentan a la mayoría de peruanos.

No podemos perpetuar nuestra seguridad alimenticia o pretender ser un país gastronómico, como Francia, cuando tenemos un territorio agrícola 65% más grande que los galos y la mitad de su población rural para aprovecharlo[3]. Pero, ¿cómo pedirle a nuestros campesinos que no deserten, si ven a la mitad de sus hijos con anemia, un tercio con desnutrición crónica y menos del 20% recibiendo una educación satisfactoria[4]?, o ¿cómo permitir que nuestras mujeres peruanas rurales se desarrollen si la mitad no tiene ingresos propios, 1/5 es madre adolescente y el 15% no sabe leer ni escribir[5]? En esas condiciones, ¿cómo no dejar la tierra ancestral a cambio de un trabajo citadino, incluso explotador, para acercarnos a algún tipo de salud, educación o justicia estatal?

Las políticas de emergencia son indispensables para llevar alivio a poblaciones necesitadas, mejorar un poco sus condiciones de vida y reducir la velocidad del éxodo forzado. Ha habido progresos con algunas reformas, como la reforma educativa, que mejoró la comprensión escolar en el campo, o con iniciativas interesantes, como la búsqueda de rendimientos de escala en colegios rurales. Vemos también que se ha ampliado la cobertura de salud con el Sistema Integral de Salud (SIS) y que algunos programas sociales con enfoque de resultado desde el MIDIS han dado frutos. Todas estas mejoras en la vida rural son loables pero sus efectos siguen siendo marginales e insuficientes.

A corto plazo es necesario atacar la pobreza multidimensional asegurando la presencia multisectorial del Estado en centros poblados que tengan vocación a perdurar o que funcionen como hubs geográficos. Necesitamos capacitar y movilizar profesores especializados en enseñanza multigrado y profesionales de salud multidisciplinarios. Tenemos también que continuar los espacios de intercambio de buenas prácticas en el campo, así como brindar apoyo logístico y administrativo externo a los servidores públicos para que puedan dedicar su tiempo a la activad operativa profesional. Al mismo tiempo deben hacer llegar: conectividad, tecnología productiva y servicios civiles básicos a todo nuestro territorio.

A mediano plazo evitemos que ser agricultor sea un juego de azar anual, en el que los campesinos, condenados ludópatas, tengan que apostar sin conocer la intención de siembra, las previsiones climatológicas, como el Niño o Niña, nuevas tecnologías y precios de venta al consumidor final. Sin información, condición sine qua non para un mercado liberal eficiente, no hay futuro rentable para el pequeño agricultor del Siglo XXI. Hoy en día sólo el 14% de los campesinos tiene acceso a internet, y si bien con la red dorsal de fibra óptica está mejorando la cobertura, no tenemos que olvidar que lo más costoso y lento va a ser la alfabetización digital.

A largo plazo, luchemos por encontrar un campo productivo, por primera vez moderno, y atractivo para las futuras generaciones. En otras palabras, mejorar la rentabilidad de las pequeñas producciones dándole mayor valor agregado a los productos al mismo tiempo que acercamos productores, mercados y financiamiento[6]. Para conseguir esto tenemos que generar externalidades positivas agrupando a los productores. Por un lado, los productores unidos pueden compartir información, tecnología y riesgos para acceder a créditos o subvenciones. Por otro lado, la unión es la única forma de tener mayor poder de mercado frente a los acopiadores en situación de monopsonio.

Mientras sigan abundando minorías marginadas que sobreviven lejos de nuestra compartimentada estructura social no podremos hablar de un sólo Perú. Las enormes distancias que aíslan a estos grupos de compatriotas no se miden en kilómetros, se mide en cobertura de servicios básicos, en acceso a información, en oportunidades para llegar a nuevos mercados y en respeto. La gran mayoría urbana, los empresarios exitosos y el Estado hemos heredado una deuda social con el campo, con esta minoría que silenciosamente nos alimenta y protege nuestra biodiversidad, con estos campesinos peruanos funambulistas que titubean sobre la cuerda floja de nuestra cotidiana indiferencia citadina.


[1] Estadísticas 2016 del Banco Mundial.

[2] Anuario estadístico del SIEA 2016.

[3] Tomando en cuenta las hectáreas agrícolas (25 millones para Francia y 38 millones para Perú).

[4] El 17% alumnos de 2do de primaria de zonas rurales tienen un nivel de comprensión lectora y de matemática satisfactoria según nuestra del Ministerio de Educación 2015.

[5] Perú: Brechas de género 2016 INEI.

[6] Segunda prioridad del MINAGRI para el 2018.

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