El país no saldrá adelante con políticos improvisados y caviares que viven del Estado. La libertad está bajo ataque, y la mediocridad se ha vuelto ley. Es hora de poner fin al populismo y defender las ideas que generan prosperidad.
El país no saldrá adelante con políticos improvisados ni con caviares que han hecho del Estado su modo de vida. La libertad está bajo ataque, y la mediocridad parece haberse convertido en norma. Es momento de poner fin al populismo y recuperar las ideas que verdaderamente generan prosperidad.
Mientras sigan postulando candidatos que desconocen los temas más elementales de la función legislativa, el Perú seguirá atrapado en un ciclo de incompetencia. No se puede construir una nación libre y próspera con dirigentes que confunden el Congreso con una tribuna populista.
Y mientras no se reformen la Ley Orgánica de Elecciones (Ley 26859) y la Ley de Organizaciones Políticas, los mismos improvisados y oportunistas continuarán ocupando curules, jugando a ser estadistas.
El problema no radica solo en las personas, sino en un sistema que premia la ignorancia y castiga el mérito. Hoy cualquiera puede postular a un cargo público, sin formación, sin experiencia y sin la más mínima noción del Estado. Los partidos políticos ya no forman líderes: alquilan candidatos. Así llegan al Congreso quienes legislan sin leer, opinan sin saber y proponen sin entender.
En paralelo, los caviares de siempre —autoproclamados guardianes de la moral progresista— aplauden desde sus escritorios, convencidos de que la redistribución, el intervencionismo y el aumento del gasto público son sinónimos de justicia social. Hablan de igualdad, pero viven del privilegio. Condenan al Estado mientras viven de él, justificando su permanencia con un discurso de lucha popular que solo sirve para sostener su salario.
El resultado está a la vista: leyes inútiles, políticas erradas y una economía asfixiada por la burocracia. En lugar de fomentar la inversión, la competencia y el trabajo, el Congreso multiplica regulaciones, controles y subsidios que perpetúan la pobreza y destruyen el esfuerzo individual.
La responsabilidad es de todos, pero no todos cargan el mismo peso. Es cierto que el voto de un ciudadano olvidado en un distrito fronterizo vale lo mismo que el de un banquero limeño, pero no significan lo mismo. Mientras uno es víctima de un sistema que lo condena a depender del Estado, el otro financia campañas y perpetúa el mismo juego político de siempre.
El problema se agrava con un sistema electoral que fragmenta el voto y con un país sin educación política ni acceso real a información. Así se vota más por carisma que por capacidad, más por promesas que por principios. Los cambios sociales, sin embargo, toman tiempo y se construyen desde la educación. Por eso, la verdadera responsabilidad recae en quienes sí pueden marcar la diferencia: los formadores de opinión, la academia y las élites económicas, que a menudo prefieren mirar hacia otro lado mientras el populismo avanza.
Si quienes tienen poder, conocimiento y recursos no asumen su parte del deber, el país seguirá sin rumbo, prisionero de la ignorancia y del discurso fácil. Y ese vacío lo llenan los demagogos, los burócratas y los caviares, que se presentan como salvadores cuando en realidad viven de mantenernos dependientes.
El Perú no necesita más discursos. Necesita una revolución de las ideas. Necesitamos políticos que comprendan que la prosperidad nace del mérito, del trabajo y de la libertad; no de decretos ni de asistencialismo. El Estado debe dejar de ser el botín de los incapaces y volver a su rol esencial: garantizar las reglas del juego, no manipularlas según los intereses de grupo.
La libertad no se negocia.
Y si no empezamos a defenderla con convicción, los que la desprecian seguirán gobernando en nombre del pueblo, pero contra el pueblo.
El mensaje es claro: basta de mediocres, basta de iluminados de escritorio, basta de estatismo disfrazado de solidaridad.
La verdadera justicia social se llama libertad, y solo ella puede devolverle al país la dignidad y el futuro que merece.

