Estereotipo, trauma social y el bloqueo silencioso de la modernización del agro
El Perú ha construido, desde la ciudad y desde el Estado, una imagen distorsionada del pequeño agricultor: pobre, atrasado, sucio, dependiente y vulnerable. Ese imaginario, repetido por décadas en la escuela, la política y los medios, no solo ha deformado la manera en que el país mira a quien produce sus alimentos, sino que ha condicionado las políticas públicas, debilitado la inversión, bloqueado el crédito y frenado la modernización del campo. Este artículo sostiene que el principal obstáculo del desarrollo agroganadero peruano no es solo técnico ni financiero, sino cultural y psicológico: seguimos viendo al agricultor como beneficiario y no como empresario. Y mientras no desterremos este trauma social colectivo, cualquier intento de transformación productiva seguirá siendo superficial.
1. El problema del agro peruano no empieza en la chacra, empieza en la cabeza
Durante años nos han dicho que el agro no progresa por falta de carreteras, de crédito, de riego, de tecnología. Todo eso es cierto. Pero no es lo más grave. El problema más profundo del agro peruano no está en la tierra, está en la mirada que tenemos sobre quien la trabaja.
El desarrollo no solo se construye con inversión; se construye con identidad, con autoestima productiva, con reconocimiento social (Sen, 1999). Y eso es precisamente lo que el pequeño agricultor peruano no ha tenido: reconocimiento como actor económico.
2. El agricultor real: productor, estratega y sobreviviente
El pequeño agricultor no es un sujeto pasivo. Es, en realidad, un gestor del riesgo. Produce sin seguro, sin crédito barato, sin información de mercado, sin respaldo institucional. Diversifica porque el clima es incierto. Siembra varias cosas porque sabe que una puede fallar. Cría animales porque el cultivo puede perderse. Esa no es atraso: es estrategia de supervivencia (Murra, 2002; Mayer, 2009).
No vive de bonos. Vive de su trabajo. Pero ese trabajo ha sido sistemáticamente subvalorado por la economía urbana y por el Estado (De Janvry & Sadoulet, 2001).
3. El campesino que el citadino imagina: harapos, suciedad y pobreza
Cuando un citadino describe a un campesino, casi siempre lo hace así: ojotas rotas, pantalón sucio, camisa vieja, poncho desteñido, sombrero gastado. Esa imagen está tatuada en la mente del Perú urbano. Pero esa imagen no describe al agricultor real. Describe el estereotipo de la pobreza que hemos convertido en identidad (Goffman, 2006).
Eso tiene un nombre: estigmatización (Goffman, 2006). También tiene otro: dominación simbólica (Bourdieu, 2007). El poder no solo quita dinero; también quita dignidad.
El citadino no ve a un productor. Ve a alguien a quien hay que ayudar. No lo imagina como socio, como empresario, como exportador. Lo imagina como problema social.
4. El agricultor que el político necesita: vulnerable, beneficiario, elector
Para la política, el agricultor no es un empresario en potencia. Es “población vulnerable”. Es “beneficiario”. Es “usuario de programas”. Es “elector rural”. Matos Mar (2012) lo dijo con claridad hace décadas: el Estado peruano se relaciona con el mundo rural más como administrador de pobreza que como promotor de riqueza.
Uso político y simbólico del agricultor
En la práctica, el pequeño agricultor peruano ha sido funcional sobre todo al discurso político y social del Estado. Su imagen sirve para justificar programas sociales, sostener narrativas de inclusión y aparecer en campañas electorales como símbolo de vulnerabilidad. Esta visibilidad es principalmente asistencial y no productiva: el agricultor termina siendo un recurso discursivo para legitimar presupuestos y promesas, más que un actor económico con un verdadero camino de crecimiento.
Exclusión del circuito económico real
Cuando se trata de integrarlo a los espacios donde se construye riqueza, el agricultor casi desaparece. Rara vez es visto como sujeto de inversión, pocas veces como actor del sistema financiero y casi nunca como motor de capital productivo. El acceso al crédito estructural, a la inversión privada y a mercados formales de gran escala sigue siendo la
excepción. Esta exclusión no es casual, sino el resultado de una mirada que lo concibe como beneficiario permanente y no como empresario en formación.
Esta doble condición -visible como pobre y ausente como generador de riqueza- resume una de las contradicciones más profundas del desarrollo rural en el Perú. Mientras el agricultor siga siendo útil para el discurso social, pero irrelevante para la estructura económica, el país seguirá administrando pobreza en lugar de construir prosperidad desde el campo.
5. El daño invisible: el trauma social del agricultor
A fuerza de ser mirado como pobre, el agricultor termina aprendiéndolo. La psicología de la opresión es clara: cuando un sistema te repite que no puedes, tarde o temprano lo crees (Martín-Baró, 1998).
Así se van formando, de manera silenciosa pero persistente, el miedo al crédito, la desconfianza hacia el banco, el rechazo al crecimiento visible, la normalización de la precariedad y la resignación productiva. El agricultor aprende que endeudarse es peligroso, que el sistema financiero no es para él, que crecer demasiado puede traer problemas y que mantenerse pequeño es una forma de protección. Con el tiempo, estas creencias dejan de ser reacciones individuales y se convierten en una cultura de sobrevivencia que limita la inversión, frena la innovación y encierra al productor en una economía de subsistencia, aun cuando existan oportunidades reales de mejorar.
Esto es un trauma social intergeneracional. No es flojera. No es ignorancia. Es supervivencia psicológica.
6. El resultado: un agro atrapado en el asistencialismo
- La respuesta limitada del sistema (asistencial)
Con este imaginario que reduce al agricultor a la condición de pobre estructural, el sistema solo atina a ofrecer respuestas de corto plazo: bonos, donaciones, kits productivos, capacitaciones mínimas y proyectos temporales (Agrorural y la Cooperación Internacional en su mayoría: todos unos especialistas). Son intervenciones pensadas para aliviar la urgencia, no para transformar la estructura productiva. Estas ayudas permiten pasar una campaña, enfrentar una emergencia o sostener un ingreso momentáneo, pero no cambian la lógica económica del productor ni fortalecen su capacidad real de
crecimiento. Así, el agricultor se mantiene en una dinámica de dependencia periódica del Estado.
6.2. Lo que el sistema no ofrece (lo estructural)
En contraste, lo que casi nunca se ofrece es lo que realmente transforma: capital, financiamiento estructural, riesgo compartido, procesos de empresarización e inversión de largo plazo. Sin acceso a estos instrumentos, el agricultor no puede escalar, no puede modernizarse ni integrarse de manera competitiva al mercado. La ausencia de estas herramientas no es técnica, es cultural y política: responde a una mirada que lo concibe como beneficiario y no como empresario en formación. Por eso el sistema alivia carencias, pero no construye riqueza productiva sostenible.
El Banco Mundial (2018) es claro: sin capital, sin mercados y sin instituciones inclusivas, no hay modernización agrícola posible.
7. AGRORURAL, AGROIDEAS y la trampa del enfoque asistencial
AGRORURAL nace con el objetivo de atender a los productores en pobreza y pobreza extrema (MIDAGRI, 2021). Eso es necesario. Nadie lo niega. Pero su lógica refuerza al agricultor como sujeto vulnerable permanente, no como sujeto en transición al empresariado.
AGROIDEAS intenta dar un paso más con planes de negocio. Pero el subsidio sigue siendo dominante. El productor aprende a esperar proyectos, no a construir empresa. No hay capitalización real. No hay banca de desarrollo agresiva. No hay escalamiento masivo (Escobal & Valdivia, 2004).
Otros programas como FONCODES, Qali Warma o Agromercado amplían mercados, sí. Pero lo hacen todavía bajo la lógica del pequeño productor pobre al que hay que ayudar, no del empresario rural al que hay que potenciar. Así, el Estado alivia la pobreza, pero no construye riqueza.
8. La gran contradicción peruana
La aspiración del país
El Perú aspira a exportar más, a convertirse en una potencia agroalimentaria, a vender productos premium y a generar valor agregado en el mercado internacional. El discurso oficial habla de competitividad, innovación, sostenibilidad y acceso a mercados globales.
Se promueve la agroexportación como motor del crecimiento económico y se proyecta al país como proveedor estratégico de alimentos para el mundo.
La contradicción estructural
Sin embargo, al mismo tiempo, el país imagina al agricultor como pobre estructural, lo trata como beneficiario de programas sociales, lo excluye del sistema financiero real y no lo reconoce como empresario. Esta contradicción revela que se quiere un agro moderno sin un productor moderno. Mientras el agricultor siga siendo visto como asistido y no como actor económico, las metas de potencia agroalimentaria seguirán siendo más un discurso aspiracional que una realidad sostenida desde la base productiva. Esta contradicción es el verdadero cuello de botella del agro peruano (Banco Mundial, 2018; Sen, 1999).
9. Lo que el Perú debe hacer con urgencia
- Desterrar el estereotipo del campesino pobre
Estereotipo vigente
En muchas municipalidades todavía se escucha que “estos son agricultores pobres, hay que regalarles semillas”, reforzando una visión asistencial del campo. En los medios de comunicación predominan reportajes que muestran solo ropa rota, chozas y miseria, mientras que en la escuela el campo suele enseñarse como sinónimo de atraso y no como un espacio de oportunidad. Este enfoque construye una imagen del agricultor asociada casi exclusivamente a la pobreza, la dependencia y la carencia.
El nuevo enfoque necesario
El cambio comienza cuando desde la municipalidad se dice “estos son productores, hay que organizarlos, capacitarlos y financiarlos”, cuando los medios destacan a agricultores exportadores de palta, café especial o arándanos, y cuando en la escuela el agro se enseña como negocio, ciencia y empresa.
Un ejemplo concreto es el caficultor de Villa Rica que exporta café de especialidad y que ya no es presentado como “campesino pobre”, sino como empresario cafetalero integrado al mercado internacional.
El tránsito del estereotipo al enfoque productivo no es solo un cambio de discurso, sino una condición indispensable para que el agricultor sea visto, tratado y apoyado como el verdadero actor económico que el desarrollo del país necesita.
- Reconstruir su identidad como actor económico
La lógica anterior del productor
Durante mucho tiempo, el pequeño agricultor ha operado bajo la lógica de que “yo solo produzco, otros ganan”. No llevaba registros de costos, no conocía su rentabilidad real y no negociaba precios, limitándose a aceptar lo que el mercado o el intermediario imponían. Su decisión productiva se basaba más en la costumbre que en el análisis económico, lo que lo mantenía atrapado en una dinámica de baja rentabilidad y escaso control sobre su propio negocio.
La nueva lógica del actor económico
El cambio ocurre cuando el agricultor empieza a decir “esta es mi empresa, este es mi margen, este es mi mercado”. Comienza a llevar registros, calcula costos, proyecta ingresos y decide qué sembrar en función del mercado y no solo de la tradición.
Un ejemplo concreto es el productor de Cochinilla – Carmín en la Irrigación Sta. Rita en Arequipa que dejaron de sembrar “lo de siempre” y ahora toma sus decisiones según el precio internacional, el tipo de cambio y la demanda del mercado; en ese momento deja de ser solo agricultor y pasa a ser un verdadero actor económico.
La transición de productor pasivo a gestor de su propio negocio no es solo un cambio de práctica, sino un salto decisivo hacia la empresarización rural y la autonomía económica del agricultor.
9.3. Cambiar bonos por capital La lógica del bono
Bajo el enfoque del bono, el productor recibe entre S/ 1,000 y S/ 2,000 en insumos que apenas alcanzan para sostener parte de una campaña. A los pocos meses, ese apoyo se agota, el dinero se ha ido y el agricultor vuelve exactamente al mismo punto de partida. El bono alivia una necesidad inmediata, pero no cambia la estructura productiva ni genera capacidad de crecimiento. Por eso, año tras año, la dependencia del apoyo se repite sin que la pobreza se supere.
La lógica del capital
Con el enfoque de capital, en cambio, el agricultor accede a un crédito productivo de S/ 30,000 a S/ 100,000 destinado a riego tecnificado, invernaderos o ganado mejorado, con 2 a 3 años de gracia y asistencia técnica obligatoria. Este tipo de financiamiento no está diseñado para una sola campaña, sino para transformar la base productiva durante muchos años.
Por ejemplo, mientras con bono solo se puede sembrar papa una temporada, con capital se instala riego, se mejora genética y se produce de manera sostenida por diez años o más.
El bono permite sobrevivir una campaña; el capital permite construir un proyecto de vida productivo. Esa es la diferencia entre administrar la pobreza y generar desarrollo real en el campo.
9.4. Pasar del asistencialismo a la inversión La lógica del asistencialismo
Bajo el enfoque asistencial, al agricultor se le entregan semillas, fertilizantes, capacitación y alimento para animales, pero no se le exige rentabilidad, devolución ni crecimiento. Estas ayudas alivian necesidades inmediatas, pero no cambian la lógica económica del productor ni fortalecen su capacidad empresarial. Al no existir metas ni responsabilidad financiera, el apoyo termina reforzando la dependencia y no la autonomía productiva.
La lógica de la inversión
Con el enfoque de inversión, el apoyo se traduce en financiamiento, tecnología y gestión, sobre la base de un plan de negocio con metas productivas, indicadores económicos y obligación de pago. Aquí el agricultor deja de ser solo receptor de ayuda y se convierte en socio de un proceso productivo que debe generar resultados.
Por ejemplo, AGROIDEAS hoy cofinancia equipos, pero debería operar como socio temporal (empresa privada de servicios) que entra, fortalece y sale cuando la empresa ya camina sola. Eso es capital semilla empresarial.
El asistencialismo atiende la urgencia; la inversión construye empresa. Sin este cambio de enfoque, el desarrollo rural seguirá siendo dependiente y no sostenible.
9.5. Pasar del productor vulnerable al empresario rural La condición del productor vulnerable
El productor vulnerable vive al día, no sabe con exactitud cuánto gana, vende su producción al intermediario y depende tanto del clima como del bono para sostenerse. Su actividad está marcada por la incertidumbre permanente, la falta de planificación y la ausencia de control sobre sus ingresos. En esta condición, el agricultor trabaja mucho, pero captura muy poco valor de su propio esfuerzo, quedando siempre expuesto a cualquier crisis climática, económica o de mercado.
La condición del empresario rural
El empresario rural, en cambio, cuenta con contratos de venta, seguro agrario real, acceso a crédito, entrada directa a mercados y una marca que respalda su producto.
Un ejemplo concreto es el ganadero que antes vendía su ganado flaco al intermediario y que hoy entra a un sistema feedlot, mejora el peso, vende a un frigorífico con precio pactado y controla su margen. Ese productor ya no depende solo de la suerte: gestiona su negocio y planifica su crecimiento.
El paso del productor vulnerable al empresario rural no es solo un cambio de escala, sino un cambio de lógica: de la supervivencia a la gestión, de la incertidumbre a la estrategia.
RESUMEN FINAL EN UNA SOLA FRASE
Antes Después
Campesino pobre Empresario rural
Beneficiario Inversionista
Bono Capital
Asistencialismo Inversión
Vulnerable Productivo competitivo
Modernizar el agro no empieza con más tractores. Empieza con otro modo de mirar al agricultor:
- Desterrar el estereotipo del campesino pobre
- Reconstruir su identidad como actor económico
- Cambiar bonos por capital
- Pasar del asistencialismo a la inversión
- Pasar del productor vulnerable al empresario rural Sin este cambio mental, todo lo demás es maquillaje. Conclusión
El pequeño agricultor peruano no ha sido empobrecido solo por la falta de riego, de crédito o de tecnología. Ha sido empobrecido primero en la mente del país. Mientras el citadino lo siga viendo como harapo y el Estado como beneficiario, la modernización del campo seguirá siendo una promesa sin cumplimiento. El Perú necesita, con urgencia, liberar al agricultor de este trauma social colectivo y reconocerlo como lo que realmente es y siempre ha sido: un productor estratégico, un empresario en potencia y una pieza central del desarrollo nacional.
El día que el Perú deje de regalar bonos y empiece a invertir capital, ese día el campesino dejará de ser un beneficiario y pasará a ser, por fin, un empresario rural.
10. Referencias bibliográficas
- Banco Mundial. (2018). Agriculture for development. World Bank Publications.
- Bourdieu, P. (2007). El sentido práctico. Siglo XXI Editores.
- De Janvry, A., & Sadoulet, E. (2001). Rural poverty and development. Oxford University Press.
- Escobal, J., & Valdivia, M. (2004). Perú: Hacia una estrategia de desarrollo para la sierra rural. GRADE.
- Goffman, E. (2006). Estigma: La identidad deteriorada. Amorrortu.
- Martín-Baró, I. (1998). Psicología de la liberación. Trotta.
- Matos Mar, J. (2012). Desborde popular y crisis del Estado. Fondo Editorial del Congreso del Perú.
- Mayer, E. (2009). Cuentos feos de la reforma agraria peruana. IEP.
- MIDAGRI. (2021). Política Nacional Agraria y Rural al 2030. Ministerio de Desarrollo Agrario y Riego.
- Murra, J. V. (2002). El mundo andino: población, medio ambiente y economía. IEP.
- Sen, A. (1999). Development as freedom. Oxford University Press.

