Mientras otros países hacen de la agricultura un negocio estratégico y sostenible, en el Perú seguimos sembrando con semillas informales, fertilizando por intuición y regando por gravedad. O modernizamos ya, o nos resignamos al abandono rural.
En el campo peruano hay talento, pero falta estrategia. Hay esfuerzo, pero no siempre conocimiento técnico. Hay agua, pero se desperdicia. Hay tierra, pero se agota. Hay campesinos con décadas de experiencia, pero atrapados en prácticas del siglo pasado. ¿Qué nos falta para dar el salto?
No es un misterio. El futuro de nuestra agricultura depende de tres decisiones técnicas: usar genotipos adecuados, aplicar nutrición vegetal planificada y asegurar un riego tecnificado y eficiente. No hablamos de teorías importadas ni recetas inalcanzables. Hablamos de prácticas concretas, probadas en el Perú y el mundo, que están generando productividad y rentabilidad donde se aplican.
El problema es que la mayoría del agro nacional aún opera en un esquema de agricultura 1.0: sin asistencia técnica, sin semillas certificadas, sin análisis de suelo ni planificación del riego. Así, no hay cómo competir ni sostenerse. El agricultor, por más empeño que ponga, solo cosecha frustración.
Tres pasos que hacen la diferencia
Primero: la genética importa. Usar semillas adaptadas, resistentes y de alto potencial productivo no es solo una mejora técnica, es una decisión estratégica. No tiene sentido invertir en fertilizantes o riego si el cultivo ya nació limitado por un genotipo informal y desconocido.
Segundo: la nutrición vegetal no se improvisa. Hay que dejar atrás la fertilización “por costumbre” o “según lo que hay en el bolsillo”. Un suelo bien nutrido responde con vigor. Uno mal tratado, se agota. La productividad comienza en el análisis técnico y termina en la cosecha.
Tercero: el agua es vida, pero también riesgo si se gestiona mal. En tiempos de cambio climático, seguir regando por gravedad es apostar al azar. El riego por goteo, aunque visto aún como “moderno” o “caro”, es en realidad una herramienta básica de supervivencia productiva.
¿Y si no lo hacemos?
Si no se integran estos tres pilares —genotipo, nutrición y riego—, seguiremos estancados en una agricultura de subsistencia, envejecida y sin relevo generacional. Jóvenes que huyen del campo, productores que abandonan sus tierras, alimentos importados que reemplazan lo que aquí no logramos cultivar con eficiencia.
No es una exageración: modernizar o quebrar ya no es una consigna técnica, sino un dilema de supervivencia rural. Sin modernización, el campo se vacía. Con ella, florece.
Un país que ya lo logró… en sus propias tierras
El caso del arándano peruano lo demuestra: en solo una década, se pasó de ser un cultivo marginal a colocar al Perú como el segundo exportador mundial. ¿Cómo? Genotipos adaptados, riego por goteo y nutrición precisa. Lo lograron agroexportadores en zonas áridas, con visión técnica y apoyo profesional. ¿Por qué no hacerlo también en los cultivos tradicionales y en pequeña escala?
No se trata de copiar modelos extranjeros ni de imponer paquetes cerrados. Se trata de adaptar lo que funciona, con apoyo del Estado, financiamiento responsable y capacitación técnica permanente.
El agro que queremos: competitivo, no asistencialista
Ya no basta con subsidiar el fertilizante o condonar deudas. Eso es pan para hoy y hambre para siempre. Lo que el agro necesita es conocimiento, tecnología y articulación. No caridad, sino estrategia. El agricultor debe ser un productor moderno, no un sobreviviente.
La pregunta no es si se puede. Es si queremos. Porque los ejemplos ya existen. Solo falta voluntad política y decisión técnica para llevarlos a escala nacional.
En conclusión, el Perú tiene todo para ser potencia agrícola: climas diversos, suelos fértiles y productores con experiencia. Lo que falta es un cambio de mentalidad: dejar atrás la agricultura del siglo XX y abrazar la del siglo XXI. El cambio está en nuestras manos. Y el momento es ahora.
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