Durante décadas, el sector inmobiliario chino fue una locomotora de crecimiento económico, simbolizando el ascenso imparable de la segunda potencia mundial. Pero hoy, ese mismo sector representa una de sus mayores vulnerabilidades. La caída de gigantes como Evergrande ha revelado un modelo insostenible, basado en deuda, especulación y confianza ciega en que los precios siempre subirían.
De emblema de éxito a epicentro de la crisis
La historia reciente del sector inmobiliario en China es la crónica de una burbuja alimentada por años de endeudamiento masivo. Empresas como Evergrande, Vanke o Country Garden crecieron al ritmo de megaproyectos financiados con deuda y preventas. Pero cuando el gobierno de Xi Jinping decidió poner freno a ese crecimiento desbocado, aplicando en 2020 la política de las “tres líneas rojas”, la bomba estalló.
Las restricciones impuestas al apalancamiento de las promotoras —límites a la deuda total, deuda neta y liquidez— pretendían reducir riesgos financieros, pero el resultado fue el opuesto: estrangularon a compañías que solo podían sostenerse recurriendo constantemente al crédito.
El caso de Evergrande, la inmobiliaria más endeudada del mundo con más de 300.000 millones de dólares pendientes de pago, fue la primera señal visible del desastre. Cuando en 2021 incumplió pagos por más de 100 millones de dólares, dejó en evidencia una crisis estructural que hoy sigue sin resolverse.
Confianza rota, viviendas sin terminar
El problema va más allá de los balances empresariales. Millones de familias chinas han invertido sus ahorros en viviendas que nunca se entregaron. La desconfianza ha sustituido al optimismo que durante años impulsó la compra de propiedades como vehículo de inversión. Las protestas de compradores que se niegan a seguir pagando hipotecas por inmuebles inacabados se han vuelto frecuentes.
Según datos de CaixaBank Research, en solo cuatro años, las compraventas de viviendas en China se han desplomado un 50% y la construcción de obra nueva ha caído un 60%. El sector, que llegó a representar cerca del 30% del PIB, arrastra ahora a la economía en su conjunto, contribuyendo incluso a una preocupante tendencia deflacionaria.
Impacto global: ¿una nueva crisis internacional?
Aunque la situación recuerda en parte al colapso inmobiliario de 2008 en Estados Unidos, los expertos descartan por ahora un contagio global de la misma magnitud. Sin embargo, el enfriamiento de la economía china sí tiene efectos internacionales. Al disminuir la demanda interna y desacelerarse las exportaciones, se reducen las oportunidades comerciales para países que dependen de ese mercado.
La respuesta de Pekín ha sido tibia. Las medidas para reactivar el sector —como la reducción de tipos de interés y la flexibilización en la compra de vivienda— han tenido efectos limitados. El gobierno ha destinado más de 600.000 millones de dólares a comprar viviendas y terrenos sin vender, y otros 69.000 millones para apuntalar a los bancos estatales. Pero la confianza del consumidor y la dinámica del mercado siguen sin recuperarse.
Un problema estructural y regionalizado
La crisis inmobiliaria no es uniforme en todo el país. Mientras ciudades como Beijing han visto repuntar ligeramente la construcción desde 2021, otras como Hubei o Chongqing registran desplomes superiores al 15%. Este desequilibrio territorial complica aún más cualquier intento de estabilización.
Además, la prolongación del ajuste es casi inevitable. La comparación con otras crisis internacionales sugiere que las burbujas inmobiliarias suelen requerir años —o incluso décadas— para corregirse plenamente. China enfrenta ahora la tarea de reinventar su modelo económico sin repetir los errores del pasado.
Entre reformas necesarias y tensiones externas
El problema inmobiliario se inserta en un contexto más amplio de transformación estructural. China necesita virar hacia un modelo basado en el consumo interno, mejores salarios y sostenibilidad financiera. Pero el entorno internacional, marcado por tensiones comerciales con Estados Unidos, dificulta este proceso.
Los aranceles impulsados por la administración Trump, y que continúan bajo su estela, han sido otro golpe para la economía china. Según el economista español Massimo Cermelli, estos conflictos “añaden más gasolina al fuego”, dificultando la eficacia de las medidas internas.
Evergrande: el símbolo del derrumbe
El caso de Evergrande sigue siendo el más icónico. Un tribunal de Hong Kong ha ordenado su liquidación, aunque el proceso está envuelto en incertidumbre, sobre todo por el reconocimiento del fallo en la China continental. Con acusaciones de haber inflado ingresos y pérdidas multimillonarias, el futuro de la empresa parece condenado.
¿Qué esperar del futuro?
Todo indica que el problema persistirá. Según CaixaBank Research, hay cuatro señales clave para seguir de cerca: la demanda sigue en mínimos, los precios se mantienen artificialmente estables, los desequilibrios estructurales tardarán en corregirse, y las disparidades regionales complican una solución uniforme.
China, durante años vista como un motor de estabilidad global, afronta ahora una de sus pruebas más complejas. Y aunque quizá no arrastre al mundo entero consigo, su crisis inmobiliaria nos recuerda que incluso las estructuras más monumentales pueden tambalearse cuando sus cimientos están podridos.

